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Nair More –Provincia de Buenos Aires, Argentina–

Desafíos


Y un día amanecimos viéndonos diferentes.

Fue necesario descansar para darnos cuenta.

Fue necesario observar y no solo ver.

Primera vez quizá, para esta generación.

Pero una entre tantas para nuestro hogar.

Y en el zumbido del silencio.

Se ve un lugar, donde podríamos invadir de bondad, a lo lejos se ve una esperanza.

Allí podemos redescubrirnos, sin daños, sin prejuicios, sin maldad.

Y allí hay que apostar dicen los ancianos, cantan los niños.

Donde el mundo se vea feliz, donde la naturaleza brille.

Donde los animales sean libres.

Donde el egoísmo humano ya no esté.

Donde se reproduzca vida.

Vida en el desierto.

Vida en el océano.

En los bosques y en las montañas.

Vida en el aire.

Donde el problema no sean las diferentes especies, sino mantener vivo nuestro hogar.

Cuidando siempre la oportunidad de “estar”.

Estar cuidando cada recurso.

Amando en cada momento.

Produciendo luego de cada consumo.

Porque así, como la tierra nos regala tanto, al amanecer le devolvemos el doble.

Plantando vida.

Cuidando vidas.

Guardando recuerdos.

Y así, aparecen nuevos aprendizajes.

Y cantamos antes de dormir, en gratitud, a la valentía, a la solidaridad y al compromiso.

Todo se vuelve claro, cuando nos despegamos de lo cotidiano, de lo rutinario, de lo sistemáticamente normal.

Todo se vuelve claro, cuando ya no hay diferencias, y todos cuidamos lo mismo, nuestra existencia.

Llegamos a las sensaciones más profundas sin el repertorio de las agujas del reloj que nos marcaran el tiempo y nos robara la empatía.

Algunos podemos, otros no.

Algunos luchamos, otros no tienen tiempo para eso, pero sufren y se agachan porque no pueden parar.

Respiran y se arriesgan, pero siguen porque no pueden parar

Porque no los dejan parar.

Reencuentro


Grandes eran los espacios.

Largos eran los caminos.

Miles de opciones.

Cientos de preguntas sin responder.

Varios rincones sin recorrer.

Y por descubrir.

Todo nuevo.

Todo en su interior.

Divagando en los sitios más profundos.

En las incógnitas más antiguas.

Y en el encuentro tan reciente del encierro, así nació.

Nació en otro “yo” en el espejo de una habitación vacía.

Unida por un balcón.

Conectada por unas noticias, algunas experiencias, tantas como habitantes en el mundo.

Y en medio del caos.

Gente que va.

Gente viene.

Y del silencio solo suena la palabra “otro” y “yo”.

Un “otro” parecido.

Un “yo” distinto.

Todo cobra sentido cuando en la distancia nos acercamos más.

De repente el tiempo fue la clave.

Y la soledad, la puerta.

Para comprender lo desconocido.

Lo desapercibido, lo multicolor guardado en el interior del silencio.

Donde vencimos al miedo y volvimos a nacer.




 
 
 

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