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j.c.Scortio –Provincia de Buenos Aires, Argentina–

Expectativas...


Abrí el cuaderno y abrí su blancura virginal para llenarla de letras y así, quedarme ahíto de palabras en mi cerebro. Así comencé a escribir en conjunción con mis pensamientos que vienen volando en el correo etéreo de las musas.

No me detengo, el frenesí contagioso va desparramando la impronta desconocida. ¿Desconocida? Tal vez, pero está ahí, esperando su turno aferrada a un destino poético o novelado, en un camino aparentemente descabellado.

Ya estoy, desprendiendo mis deseos escondidos y notando que va tomando forma un cuento. Veo que vuelan los ignotos personajes y que, cada uno va eligiendo su lugar, en un renglón al azar. Es de nunca acabar.

Intrépido el cálamo, con su fina filigrana va apropiándose de un margen al otro. El placer me acorrala, me exige un destino desconocido. Tiemblo, ¿hacia dónde me encamina?

Ante la premura palpito que en ese equilibrio que, da la línea tensa, rayando a la hoja, es inclaudicable. Trazo figuras, diseminándolas entre puntos y comas.

Ya no estoy tan seguro y sereno, como al comienzo. Me apabulla el intento, me carcome la duda; si esta posibilidad...se convierta en... libro...

Incitación...


¿Qué fuerza me acucia para estar aquí? ¿Será la ansiedad? O quizá, la misma quietud que me impele al temor verdugo, enviado por la soledad.

Sombría pinta la calle, viéndola desde mí balcón. Sombría está la esquina, bajo ese farol tirado a menos, como santiguando sus propias miserias, entre las penumbras medrosas, fantasmales que juegan entre mil fantasías que, a uno lo van atrayendo, por querer ver lo inexistente, lo inexplicable.

Así es hoy y otras tantas veces. Es mi entretenimiento de ilusiones ópticas, volubles y antojadizas. En eso, la garúa entra en escena, anunciada por una lechuza habitué en el campanario de la Santa Felicitas. Todo se deforma, se expande o se encoge, en un juego malévolo. Es tanta mi certeza de vivirlo, haciendo que la realidad se vuelva psicótica, viciosa. Exige más y mucho más, sin pausas, sin detenerse, cuasi apolítico. Acobarda.

Empapado, duchándome en cómodas cuotas, sigo en mi balcón. Éxtasis placentero, aún inhiesto, absorbido en esta abstracción entre los interrogantes, de los por qué, para detenerme en sus cómo.

Todo se me hace psicodélico, abstracto total. Pienso ¿quién soy en realidad? El balcón se me angosta. Aspiro el aire húmedo, de la densa y micrométrica llovizna. Tensó los músculos de sus piernas, elongó en ese espacio tan reducido sus brazos y totalmente decidido se largó...a volar...




 
 
 

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