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Hatu –Rancagua, Chile–


He iniciado mis cartas —recorrido del diario sin el velo de privacidad, salvaguarda del testamento sabiendo su brevedad— con motivo de escribir durante la cuarentena del veinte: no las palabras que unen a las ideas sino el garabateo, la alquímica de la metáfora que una pandemia y una pierna rota den categoría a la cuarentena. Nada más. No hay proyecto previo —por no haber sistema—, ni sistema que carenciar. Un pie forzado que peca de egotismo que ya solo un dibujo podría finalmente confundir las palabras. Es la motivación iniciada por sanidad, el debe y el dejo: el sin afecto. Las sugerencias de una tía de la vecina aprendidas de un matinal, cuerpo mente cuerpo mente.

Nos obliga la enfermedad a evitar la vida, pero la vida en peste, crisis de las fronteras, ya no hay suplica a la ansiedad que las camas faltan y los bidones hervidos, agujereados y sarpullido serán diagnóstico no terapia, la transferencial queda a cargo de capillas. El hígado se somete al nervio, se pierde el gusto y el olfato deja de pestañear.

El enfermo ya no obtiene las ganancias a pérdidas de la responsabilidad, ahora se ve en el orden, un nuevo régimen que le dicta las distancias, los días de encierro. No queda lugar al postre ni al arranque por prescindibles víveres ni muleta que salve al andante de que frente a él crucen la calle en corrida. El ciudadano —aux armes citoyens! — no está pidiendo, como goce —el sentido más pervertido— al militar y al carabinero, ni las amarras que más la orden y preocupación del edil que de un estado o al mismo gobierno que al recurrir, parece su tuberculosis —en los dos sentidos exagerados de Sontag— por una cuestión de clase, empresarios despreocupados y escaladores de corte acomodados. No hay más que añadir ni menos su lugar como pulmón, al igual que un sistema de vanguardia neoliberal apuntarlo como caída. ¿Qué se pide? Quizá nada, y sea ella la razón de un nuevo ocio.

Se recomienda e insiste con la modestia de ampliar la cultura —en su más degenerada acepción— de leer una novela. No es ensayo ni autoayuda, sino la llamada a lo que es y no se le considera: la inutilidad, el brazo suelto de Minerva que deja al vuelo.

Mi pasión por Proust se ve diezmada ante el pánico —no temor, no miedo, sí la exageración del teatro— que no niega el estival pero que en sus manos apenas sostiene el cigarro, el licor cae. Y ese ver, observar que quede como un amplio general de quien suspende a media su vida con incapaces piruetas. Uno va y posa, recostado a la orden de contar en el techo los accidentes bajo la falta de terapeuta y la abundancia de pensamiento idealista, mágico e incompatible, nos hace creer que el resurgimiento de los recuerdos nos aliviará como el alivio de un asistente que lo hace nuestro, el descanso.

Esto le aleja de lo voluntario. Es la lista de espera de sucederes para contrariarse en cada diagnóstico. Y es que todo médico aprende del fiambre que le habla a medida que se le estrangula: parir la ciencia de la historia y los astros hacen relato. La muerte no impulsa, sino que agota cambios y deja al estallido de las masas. Las dinastías ora burócratas ora la confianza en el vale oro van y caen pero se sigue intacto: nada de constituciones, no se borran países del mapa. Es amenaza cuando el búho se haga de esperar, es pérdida en las arcas.

No hay nuevo ocio, sí nuevo orden. Son los celos por incompatibilidad los que advierten. ¿Es ataraxia el imperativo?






Libre décima encerrona por cuarentena mera cacofónica


Monocular subjetiva

parir ladrido entre eclipses

pide al sueño que improvise

interesante la dádiva

conturbativa a la diva.

Es que aquí no hay ya poeta

soldado triste viñeta.

No por defecto ya délfica

desmorona la gran ética:

la moral al cuenco afecta.

¿Quién lleva sal de mano?

No es la guerra siendo guerra

ni sangre que exige tierra

peste animal del humano

que ambos son cuerpos con órganos

ni celebra al que le escupe

al malo que desocupe

que ni mezclados o hermanos

no somos las mismas manos:

hay una peste que cupe.

Es pregunta si monólogo

es ajena canallada

ora silencio cayada

ni acorde de Tristán logro

que hago universal al frogo,

no en la habitación presente

al sol indolente ausente

que el hombre no sabe de hombre

apura a la historia el hambre:

no es vocal si solo siente.

Una efigie paroxística

Ya no es el fin de los tiempos

ni renacer ya a destiempo

ruego sabio de onanística

una chanson operística.

Hecho amortajado el himno.

Yo pregunto a Dios por Dios

si el libro ya acabó en dos

leído vivido esgrimo:

alargo crujido espino.




 
 
 

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