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María del Carmen Barrionuevo –Provincia de Buenos Aires, Argentina–

Actualizado: 20 may 2020

Quinto día de cuarentena



Sobre tetas y otras yerbas

Este quinto día de cuarentena me encontró con ganas de no seguir inmovilizada y hacer algo. Quizá producto de escuchar el video de Nancy, mi otrora profe de pintura, hoy inmersa en darnos tips para mejorar nuestra calidad de vida.

Comienzo por escribir. Me di cuenta que estos días de aislamiento social ocasionaron un cambio en mí. Porque siempre estoy pensando en los otros. En hacer algo para los demás. Esa distracción imbuida en mi ser desde siempre, ha hecho que mi persona o mi cuerpo, digamos, nunca haya sido primordial en mi existencia.

Esta cuarentena me da tiempo para mí. No puedo hacer por mi familia, mis amigos, más que quedarme quietita en casa. Nada de visitarlos. Solo llamarlos cada tanto y pedir al universo que los proteja de la peste.

Empecé a mirarme. Descubrí que tengo muchas várices y arañitas en las piernas. Que son horribles esos pliegues que quedaron de los sucesivos cambios en el peso. Que tengo lunares pequeños que antes no tenía. Que ese lunar grande en el rostro está mucho más fláccido. Que unas manchas pequeñas están invadiendo mis antebrazos y dorso de mis manos, algunas blancas y otras oscuras.

Hoy me peiné hacia atrás. Nunca lo hago. Entendí que nadie me ve y no importa que quede al descubierto esa pelota que tengo en la frente. En los años 90, el entonces director del hospital Naval, Dr. Horgan, me dijo que no era nada. Que no le diera importancia. Y lo tomé al pie de la letra. Solo que lo ocultaba bajo ese flequillo que hoy puede descansar por un tiempo.

No sé porqué el brazo derecho está hinchado comparado con el izquierdo.

Mi seno derecho está un poco más caído que su compañero. Desde niña, viví encorvada tratando de ocultar mis tetas grandotas. En esas épocas que era “natural” que los tipos pasaran rozándolas o trataran de tocarlas acompañando con una sonrisa lasciva, mucho sufrí con ellas.

Tal es así que mis corpiños grandotes siempre estuvieron allí, sujetando, disimulando, oprimiendo. Aún con el camisón puesto. ¡Sí!, aunque no lo crean, también duermo con sostén. Paranoia de mi vergüenza eterna sobre esas dos bolas que pesan y que con los años se ablandaron y pujan con caer.

Encima conseguir algo bueno a bajo precio. ¡Lo que cuesta! Recuerdo que en la época del 1 a 1 comencé a usar los corpiños Maindenform y otra marca que no recuerdo. ¡Ah! Me sentía tan cómoda. Por fin una prenda íntima que te sujetaba armónicamente. Nada que se escape un pliegue en los costados ni que te sobresalgan dos tetas adicionales más pequeñas en la parte superior. Ni cuyo bretel se incruste en tus hombros dejando su marca a través de los años. ¡Ah! ¡Qué maravilla esos modelitos! Lástima que con los años tuve que dejar de usarlos porque los precios se fueron por las nubes. Pero fue fantástico que mis tetas pudieran disfrutar durante unos años de los beneficios del primer mundo. Lo triste fue regresar a la cruel realidad de los sostenes populares.

Hago un paréntesis en el relato para curiosear en Google los precios actuales de Maindenform o Triumph. En esta cuarentena, cuesta entre $5.000 y $7300 darle una alegría a este par de locas. Ni quiero imaginar lo lejos que se irán estos modelitos anti estrés cuando termine la crisis. Volarán cada vez más altos y lejanos en su simbiosis monetaria.

Claro que hubo momentos en que gracias a la impronta de algunas personas insistentes o avanzadoras, los inmensos globos me llevaron hacia estratos inconfesables. Y ni qué hablar de la alegría del amamantamiento de mis tres bestiunes. Aún antes de nacer mis hijos, las locas generaban un sofocón tremendo, se hinchaban sobremanera y comenzaban a secretar su alimento en los lugares más incómodos. Por ejemplo, recuerdo estar en la cola del supermercado (¿era Sados o Suma en aquella época?) y sentir de pronto que el líquido pasaba mi corpiño, la tela de mi vestido y las gotas caían sobre el piso. ¡Cómo olvidar semejante bochorno!

En esas épocas ni pensar en amamantar en público. Había que esconder ese maravilloso instante por esos prejuicios tremendos que se insertaban en nuestro ser desde el momento mismo en que veníamos al mundo.

El verano pasado estaba en Pehuen-Có con mi hija y unas amigas, cuando vi venir desde el mar a un hombre. Tenía unas tetas más grandes y caídas que las mías, y les dije a las chicas: “creo que debería usar corpiño”. Mientras pensaba en lo injusto que es para nosotras “las de tetas contundentes” esa discriminación.

Hago otro paréntesis en este relato para sacarme el corpiño. La tela de mi vestido acaricia con suavidad mi piel. Me voy a disfrutar con las locas de esa libertad dando una vuelta por la casa y el patio.

Lo que logra la cuarentena, ¿no?









 
 
 

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